jueves, 24 de noviembre de 2011

VERDE AGUA, de MARISA MADIERI





Leí VERDE AGUA hace bastantes años, y tenía un magnífico recuerdo del libro de MARISA MADIERI. Así que, cuando casi a mitad de EL INFINITO VIAJAR vi que MAGRIS lo citaba, me entraron ganas de repasarlo: lo rebusqué en las estanterías de casa, di con él, y lo he leído casi de un tirón. Me ha vuelto a encantar.

VERDE AGUA es un diario que mezcla la vida de la autora entre 1981 y 1984, y los recuerdos de la emigración de su familia desde Fiume a Trieste después de la Segunda Guerra Mundial, cuando su ciudad deja de ser italiana y comienza a ser yugoslava (hoy, croata): toda la infancia y la adolescencia de la autora. MARISA MADIERI nos cuenta su educación. Nos habla de su familia: de sus abuelas, de sus tías y tíos, de sus primas. Nos habla del frío y de la pobreza, de la vergüenza de haberlo perdido todo. De sus amigas, de sus ilusiones, de su esperanza en el futuro, de su lucha. De la vida en el Silos, el campo de refugiados donde pasa todo ese tiempo. Y a la vez dedica algunas entradas del diario a su situación actual, a sus sentimientos y los de su familia: su marido (CLAUDIO MAGRIS), sus hijos, sus amigos.

MARISA MADIERI no pretende hacer historia en VERDE AGUA: simplemente relata sus recuerdos. Si uno no conoce lo que pasó al final de la Segunda Guerra Mundial en la zona de Dalmacia, no se aclarará más allá de lo que lee, no “aprende historia”.

VERDE AGUA es intimista, sobrio y terso, nostálgico. Poético a veces (las entradas actuales, especialmente). Como botón de muestra, el motivo que justifica el título: Hacia el final del segundo curso de bachillerato tuve ocasión de participar en alguna celebración en casa de mis compañeras. La primera vez me invitó mi compañera de pupitre, Marina, con la que estudiaba a menudo. Era hija de un magistrado y vivía en una casa que a mí me parecía un palacio. En el vestíbulo había espacio hasta para una mesa de ping-pong. Marina era una chica sencilla y generosa, que no me hacía sentir incómoda por la disparidad de nuestras condiciones económicas.

Sentí, en aquella ocasión, una alegría confusa, una gran turbación y el deseo de rechazar la invitación. A la timidez se unía la vergüenza de no tener nada adecuado que ponerme. Yo sabía que todas las chicas tenían vestidos ele gantes y vaporosos para las fiestas. Hablaban de ello en da se, describían la fantasía, el tejido, la hechura.

Mi madre me leyó el pensamiento. Llevó al Monte de Piedad, como había hecho otras veces, su brazalete de metal blanco y amarillo, después de haberlo lustrado a con ciencia con un paño para que brillara, y su abrigo de piel, probablemente de conejo, muy gastado. Esto le permitió comprarme una falda acampanada y un conjunto formado por una rebeca y un jersey de cuello redondo, de orlón color verde Nilo. Guardé aquel conjunto durante años, con celo, a pesar de que el tejido de fibra sintética, con los lavados, se volvió cada vez más largo y más ancho, hasta deformarse del todo.

También verde agua se llamaba aquel color, que para mí es aún hoy el color del amor.

En algunos momentos, mientras leía VERDE AGUA, me ha venido a la cabeza AUTORRETRATO CON RADIADOR: no son libros paralelos, pero a veces es fácil descubrir un tono común. Dos joyitas en tamaño octavilla.

CLAUDIO MAGRIS escribe un posfacio donde desentraña VERDE AGUA. Allí nos dice: Verde agua está lleno de cosas, de personajes, de gran Historia y de pequeñas historias, de acontecimientos picarescos y melancólicos, cómicos y dramáticos; de absorta meditación y de alegría festiva, de abandono a la plenitud del ser y pesadumbre dominada con impávido coraje; es un libro escrito contra el olvido, para rescatar el sufrimiento, para dar testimonio de gratitud, por pietas, por amor; un libro que dirige su amorosa atención a la vida menor y más débil, incluso a sus aspectos infinitesimales; un pequeño clásico contemporáneo, tal como ha sido definido. «Necesito tantas cosas para llenar pocas páginas», dijo Marisa Madieri en una entrevista. Pero todo esto se vuelve música del tiempo, con su continuidad, sus miedos y sus fracturas; el staccato se vuelve principio compositivo. «Nosotros —dijo la autora en otra entrevista— somos tiempo condensado», que la narración derrite y reconcentra. Un estupendo resumen.

Y una curiosidad más que nos vuelve a llevar a MAGRIS: uno de los personajes más entrañables de EL DANUBIO, la Abuela Anka, aquella que acompaña al autor por la región del Banato, resulta ser realmente pariente de MARISA MADIERI.

5 comentarios:

Elena Rius dijo...

Como dices muy bien, es un libro muy hermoso, pero requiere que uno sepa algo de historia, porque no le proporciona un contexto al lector. Yo lo leí a raíz de haber visto una exposición sobre "La Trieste de Magris" que hicieron en Barcelona, en el CCCB, donde sí se daba esa información. Una exposición muy interesante, que me sirvió para hacerme entrar ganas de leer a más autores de aquella parte del mundo.

Varenka dijo...

Yo tambien lo lei hace tiempo. Una joyita.

xGaztelu dijo...

ELENA, es completamente verdad eso del contexto: en el libro no existe entorno, no hay "lección de historia", y para entederlo del todo uno debe investigar por su cuenta ... Aún así, el texto es bastante autónomo: aunque uno no conozca las tripas del asunto, se lee muy bien, se entiende y se disfruta. Y la exposición que citas debió ser interesantísima.

VARENKA, coincidimos otra vez.

xG

loquemeahorro dijo...

Probando, probando :-)

La anécdota del vestido me ha parecido súper tierna y como tengo una gran facilidad para recordar anécdotas y olvidar nombres, tendré que volver a entrar 100 veces a esta entrada para acordarme de cómo se llamaba la autora.

Gracias, me ha convencido.

xGaztelu dijo...

LOQUE, no es un nombre fácil, la verdad: yo tiendo a confundir MADIERI con todas sus posibles combinaciones de vocales ...

xG